Mi arte es el eco de una experiencia viva. No nace del entretenimiento ni de la estética vacía, sino del fuego interior.
Cada obra que realizo responde a una necesidad vital: traducir en imagen o sonido lo que no puede ser dicho, lo que brota desde lo profundo como visión o símbolo. Cultivar la pulsión libre y trascendente del gesto creativo. Mi práctica artística no se limita a un estilo o medio; se despliega como un alfabeto visual y sonoro, un léxico místico que me permite explorar desde la proyección de pulsiones creativas, distintos aspectos del alma, del cuerpo y del cosmos.
Mis experimentos se dividen en once lenguajes o expresiones que constituyen mi universo creativo, mi cosmogonía. Cada uno representa una forma específica de contemplar y transmutar la realidad. Son puertas simbólicas, canales de experimentación, laboratorios del alma.
En ese sentido, no produzco imágenes: invoco. 
No pinto: transmuto. 
No ilustro: revelo.
No compongo: intuyo.
No pienso: fluyo.
El arte no es un fin en sí mismo, sino un puente entre lo visible y lo invisible. Una forma de recordar lo que somos más allá de toda forma: luz, símbolo, verdad, Espíritu.
Creo en un arte como conjuro, como celebración del Misterio. Y aunque pueda asumir múltiples formas, siempre será, en su núcleo, un gesto sagrado de escucha. Escucho la Voz Espiritual para que mi arte tome vida y hable por sí mismo.
Diego Alejandro
Alquimista y Artista del Espíritu
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